Con todos los ingredientes
que correspondían y con un resultado que, pese a repartir los puntos (29-29), fue vitoreado por la ruidosa y
descentrada afición conquense y recibido con cara de circunstancias en la
parroquia local. Como avisábamos ayer, quién creyera que las trayectorias
opuestas de ambos equipos invitaban a intuir un triunfo sencillo no había
entendido nada. El diálogo era al borde del abismo y ahí no valen las
exquisiteces ni las razones. Sangre y corazón en estado puro y, de eso, ha
puesto arrobas Ciudad Encantada en
la segunda parte.
Porque, hasta el descanso,
un parcial de 18-15 marcaba un
camino ventajoso para el Aragón
gracias a ese tanteador y a dos exclusiones que dejaban a los visitantes con
cuatro jugadores para el regreso de los vestuarios. El guión había mantenido
durante los primeros treinta minutos al conjunto azul por delante en todo
momento, aunque bien es cierto que sin rentas sustanciosas. Faltaba la frescura
y la claridad de de ideas en ataque de otros días, sin extremos y sin línea de
pase con Val. Pero bien es cierto
que Cuenca apenas salía de las
acciones uno contra uno de Renaud y
algún misil tierra aire de Bungué.
En esos duelos de llaneros solitarios, estaba claro que el Aragón llevaba las de ganar debido a su mayor talento individual.
Entendió Ciudad Encantada el mensaje, sintió el
aliento de las parcas y murió en su línea de seis metros. Frade y Vidal
cerraron las conexiones con el pivote y los laterales se multiplicaron en las
ayudas. No es que se le hiciera de noche al Aragón en ataque, demasiado
empeñado en circular hacia el centro, pero cada vez costaba más sacarle los
colores a un Oliva que se crecía por
momentos. Realmente, hasta el minuto 45
no logró el Ciudad Encantada empatar a 24
pero el nuevo atrezzo pintaba mal: marcador ajustado al final, nervios,
inercias opuestas…Y peor se puso (min
46, 25-27). El Cuenca dispuso de
un ataque para irse de tres pero el temblor de manos acuciaba ambos banquillos.
Demetrio y Ferrer tuvieron
que disparar para evitar el ahogamiento. Pero no hubo ni catarsis ni
resurrección. El tanteador volvió a igualarse en el minuto 22 (25-25) y las
señas de identidad se mantuvieron hasta el final. Ciudad Encantada, con cierta
permisividad arbitral, salía al contacto como quién parte al frente mientras
que en la orilla opuesta las dos exclusiones de Val en defensa condicionaban
una defensa 5:1 con unos agujeros que las intervenciones de Julio no lograban
tapar. Habría que agonizar para rascar y en eso Ciudad Encantada nos llevaba
ventaja.
Tiempos muertos, ataques
largos donde los pasivos eran relativos según el área y duelo de errores no
forzados que sumaban a las estadísticas de las porterías. Por un momento, tras
romperme las manos aplaudiendo la enésima de Julio, pensé que este artículo llevaría por nombre Julio Iglesias, no se si por lo
melódico o por los milagros. Obvié que la lectura del encuentro no era para
héroes sino para bregadores. El Aragón llegó a los últimos quince segundos uno
arriba, con un penalti cosechado y transformado por Val, pero no supo defender su ventaja: Vidal ametralló con
demasiada facilidad desde siete metros e hizo algo que no se si se puede llamar
justicia. La prórroga de la final queda pendiente para las tres jornadas
siguientes.
Fdo.: Álvaro Lombardo Sáenz.
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