Desilusión

Tenemos el corazoncito herido. Algo perfectamente comprensible visto lo del sábado en Alemania. Sí, en unas semifinales europeas, al CAI Aragón le dieron la mayor paliza de su historia en la elite. Catorce goles -escrito con letras se digiere mejor que en números- nos echan fuera de la Copa EHF. Es cierto que queda un partido, el de vuelta, pero ni los creyentes en los milagros se imaginan una remontada. Está claro, el CAI ha dicho adiós a Europa. Esperemos que no por mucho tiempo.

Para la vuelta nos queda, por lo menos, el aliciente de mantener la imbatibilidad del Pabellón Príncipe Felipe. Ningún equipo, por excelentes jugadores que tuviese, ha conseguido llevarse el triunfo del coliseo zaragozano en competición continental. Ni siquiera el Nordhorn o el Magdeburgo, los anteriores verdugos de los naranjas. Tampoco el Chambéry del lanzador Narcisse. Y nos queda ver, por supuesto, el elenco de jugadores que tiene en nómina el Gummersbach, ésos que consiguieron sacarle los colores en sólo sesenta minutos a todo un equipo, a toda una afición.

No negaré que existen condicionantes que han perseguido al CAI Aragón en esta eliminatoria (permitidme que hable en pasado, pues considero que no hay más historia). Las lesiones y el arbitraje han mermado el potencial aragonés, es evidente, pero difícilmente justifican la actuación y, sobre todo, el resultado del sábado. Además, no es la primera vez que los infortunios hacen que se tuerzan los planes. Ocurrió, por ejemplo, a una semana de jugar la final de la EHF contra el Magdeburgo. O en la pretemporada de esta 2008-2009. La diferencia entre estas dos ocasiones y la que ahora nos atañe ha sido una: no fichar.

Le lesión de Hussein Zaky, jugador de renovación escasamente probable, ha marcado el destino del equipo aragonés en competición europea. El egipcio, al que se le ha tachado de poco profesional por aparecer sólo en momentos puntuales, ha demostrado en incontables ocasiones su valía en esos encuentros en los que hace falta un líder sobre la pista. Es decir, en partidos como el del Gummersbach. Posiblemente, el batallador que lideró a los nuestros en la pista teutona fue, ante las ausencias, Víctor Álvarez. El asturiano, que cuajó una gran actuación, anotó siete goles, una cifra alejada de los once que logró Zaky en Éibar o de los quince que el egipcio anotó en la pista del Kozina la pasada temporada, cuando el Gold Club puso en aprietos a los naranjas. Las comparaciones son odiosas.

Lógicamente, la ausencia de Carlos Prendes complicó la empresa. Lo mismo que las longevas molestias de Arrhenius o la lumbalgia de Doder. Problemas físicos, decían, también arrastraba Momir Ilic, el cañonero del Gummersbach. Pues bien, él rindió a un gran nivel, lo mismo que sus compañeros. Quedó claro, por enésima vez, que el nivel de la Bundesliga es más alto que el de la ASOBAL. Y, ojalá me equivoque, esta diferencia irá aumentando en las próximas temporadas. A partir de ahora, tendremos que competir con los daneses por la “medalla de plata”. El octavo alemán le sacó catorce (lo repito en letras) goles de diferencia al octavo español. Así es la cruda realidad.

Al CAI Aragón le queda la Liga ASOBAL como única vía para intentar repetir presencia continental. Para eso, hay que ir a por la séptima plaza del Naturhouse y luego, a esperar los acontecimientos en la Copa de Europa y en la Recopa. Paso a paso, los partidos ligueros hay que resolverlos con victorias, empezando por el comprometido encuentro frente al Pilotes Posada, un conjunto abonado a hacer sudar al CAI. Casi nada.

Mientras se consume el final de la campaña, va dando sus últimos coletazos todo un ciclo en la entidad naranja. Se irán Kosovac y unos cuantos jugadores. Ya veremos quiénes llegan en su lugar. Quedan tres meses, como explicó Óscar Mainer el sábado, para volver a ilusionar a la afición. De momento, nadie nos ha negado aquella promesa de hacer un equipo de Champions. Sólo el paso del tiempo dará y quitará razones. Según cómo se vaya conformando el puzzle del próximo curso, nuestro ánimo irá creciendo o menguando. Catorce goles en la ida de una semifinal europea dejan un nudo en el estómago, un pesar incómodo. Una desilusión. Entiéndanlo, por favor.

Fdo.: Artillero MIKEL ALCÁZAR