Crónica viajera de un viajero principiante

En un contexto bien distinto de este de nuestra afición a un deporte, David Rousset, superviviente del holocausto, hablaba de la necesidad de “prender una chispa”. Él se refería a la necesidad de que en cada persona prendiera una chispa para entender algo desbordante por el motivo que fuere.

Siempre he tenido presente esta visión, bien para intentar transmitir algo -prendiendo una chispa- bien aprendiendo, compartiendo o formando parte de algo valioso. En su caso era un motivo sumamente trascendente y aunque lo que yo quiero decir no es sin duda tan trascendente, se trata de algo valioso y querido y es por eso por lo que saco a colación la idea de Rousset que me ha venido enseguida a la cabeza cuando he pensado en escribir sobre mi experiencia artillera en general y la iniciación viajera en este grupo de locos tan cuerdos.

Quien me iba a decir a mí hace dos o tres años, ni siquiera hace uno, que iba a formar parte -¡después de ser aceptado!- de un grupo de animación deportiva y amistad entre sus integrantes. Primero ha sido un intenso periodo de seis meses en que nos hemos conocido y puesto en común el balonmano como pasión que nos agrupa y también aquellas peculiaridades y rarezas con que todos contamos. Las mías ya son bastante conocidas; sí, yo soy el rarito de las filias balcanistas y ferroviarias).

Encima, estos artilleros son y eran sumamente viajeros y esta era la prueba iniciática que aún no había superado. Y eso que en el anterior viaje lisboeta, como si fuera la sirena Lorelei cantando en la orilla del Rin cautivando a los marineros y haciéndoles perder el rumbo, mis cantos de sirena estuvieron a punto de conseguir, no que naufragara la expedición pero sí que se dirigiera a la capital manuelina por vía férrea.

Pensándolo bien, hubiera sido demasiado para un recién llegado como yo, así que con obligada humildad me apunté al periplo por autobús a Éibar, dispuesto a superar la prueba iniciática pendiente.

Todo empezó siendo sorprendentemente grato y continuó así hasta que llegamos a los valles vascos en busca de un lugar que llegué a creer mítico: la “sidrería”. Nunca se acababa de llegar a ese lugar tras curvas y más curvas en una ascensión interminable y temeraria. Era como si la sirena Lorelei se hubiera transformado en una eusko-sirena y el Rin en los valles guipuzcoanos, en los que temí nuestro naufragio. Pero no, era real y alcanzamos ese curioso lugar y salimos de allí incluso.

Una vez allí una buena comida y mejor compañía, aunque desde luego en el lugar no estaba el anillo de los nibelungos, sino más bien un reducto de los amigos de la bestia nacional-comunista adornada con todos los tópicos obligados e incluso algunos optativos: boicot a la Coca-Cola (¡tuve que beber Pepsi!), adoración a Guevara, odio al tren de alta velocidad, presos “políticos” a casa, odio enfermizo a Israel, la opresión “españolista”, entre otros que ya me cansé de observar. (Alguno dirá que me meto en política pero creo que esto es sólo una muestra de que algunas cosas van mucho más allá de la política, por desgracia)

Espero que me perdonéis la digresión, antes de decir que después de este episodio llegamos a otro curioso y arcaico lugar llamado “Ipurúa”, donde nuestros muchachos firmaron un partido memorable y es que era allí en donde estaba el Oro del Rin, y ¡nosotros lo encontramos!. Gracias a los dioses, hados o a quien sea, gracias por haber disfrutado tanto y tan bien acompañado.

Después de esta apresurada crónica iniciática ya me siento integrado completamente en esta cofradía artillera y sólo siento no haberme integrado, no haber prendido la chispa mucho antes porque, volviendo sin más tonterías a la realidad, me acordaré siempre muy gratamente del día de ayer. Además de disfrutar del balonmano y de nuestro equipo en su mejor versión, es difícil tratar con tantas personas encantadoras o interesantes –o ambas cualidades- en tan poco tiempo. No quiero dejarme a nadie pero sólo quiero por simple gratitud nombrar a algunas personas hasta ayer desconocidas que son sólo una parte de todo lo bueno de ayer y en general de esta nuestra artillería: Santiago, Ángel, Nieves, Cristina, Delia, Olga y otras personas cuyos nombres no se o no recuerdo, de entre los que quiero subrayar a los padres de nuestro portero Pablo. De ellos sólo diré que confirman plenamente eso que se dice de que conociendo a los padres conoces a los hijos. No es que tenga amistad con Pablo –me gustaría- pero de las veces que he hablado con él tenía la impresión de que además de sus cualidades deportivas le adornaban las humanas y desde ayer ya no me queda ninguna duda.

No voy a nombrar aunque debería, a toda esta fauna humana que ha puesto en marcha y mantiene activa este invento artillero que prendió una chispa hace poco y que se expande por momentos. Como creo que ya he superado el bautismo viajero del primerizo, me siento aún más integrado en nuestra Artillería Naranja y sólo puedo limitarme a agradeceros lo que habéis prendido

Fdo.:Josefa Amar y Borbón (amp)